He subido muchas veces de artillera en una moto. De artillera en HD unas cuantas. Y sin embargo, cada vez que monto con mi Porteador particular, es como si fuera la primera vez.
Desde los preparativos, ir a por la moto, abrocharse la cazadora y ponerse guantes y casco…el mismo escalofrío que la primera vez me recorre entera. Primero al verle, al sentirle tan seguro caminando hacia ella y encendiéndola para que rujan sus motores. Luego, al subir yo detrás, acoplar mi retaguardia en el sillín, acercar mi pelvis donde su espalda pierde su nombre, al apoyar suavemente mi pecho contra su espalda y colocar mis manos sobre sus muslos a modo de firme y suave sujeción. El consabido: “¿lista?” .- “¡Lista!”.
Vuelvo a sentir lo mismo que la primera vez que subí con él en su Harley: la vibración ruidosamente suave o suavemente brutal, como se prefiera, los petardeos que hacen que adore el sonido de su niña, la suavidad con la que le responde al meter primera y arrancar, la vibración del motor en mis piernas y pies apoyados en las estriberas.
Transcurridos unos km llegamos a las curvas. Esas curvas que tanto miedo me dan desde hace diez años. Se me encoge el estómago, se tensa la musculatura, trago saliva…Miro la curva, no veo el final de la misma y me acuerdo de que siglos ha, escuché hablar del ejercicio de “confianza ciega”: estando de pie dejarse caer de espaldas sobre los brazos de otra persona con los ojos cerrados. Parece simple, pero no lo es. Creo que ese ejercicio debería hacerlo todo el mundo subiendo en una Harley y depositando esa confianza ciega en su Porteador. Y así decido hacerlo. Acoplo mi cuerpo al suyo y comienza la danza. Una danza ligera en ritmo, tremendamente suave, con cadencia…Una tras otra, las curvas se suceden y también sucede lo de siempre: el miedo desaparece, la tensión se esfuma y lo único que cobra importancia es el aire que siento en el rostro, la manera suave en la que nos deslizamos por las curvas a tres: su máquina, él y yo. Respiro profundamente y al expirar, la relajación es total y surge la sinergia entre esos tres seres, peinando la carretera al unísono, bailando al ritmo de los compases de unos tubos que rugen delicadamente.
Ni un frenazo, ni un cambio de velocidad brusco: es como caminar de puntillas con unas zapatillas de ballet. Entramos en cada curva suavemente y al acelerar al salir, tres fuerzas se lanzan hacia adelante para retomar la suavidad de entrar en la siguiente, balanceando máquina y caderas en perfecta harmonía (sí, harmonía se puede escribir con y sin “h”).
Veinte veces me pregunta si voy bien, unas cuantas posa su mano en mi muslo y ejerce una leve presión: mensaje en silencio: “estoy aquí”. En ocasiones señala con la mano algún detalle del paisaje, reduce para que los badenes no me hagan botar en el sillín, golpecito en la pierna si al rozar estribera en el asfalto me tenso por una milésima de segundo. “Estoy aquí”. Sí, y siento que está y siento la preocupación de que esté bien y de que disfrute, al igual que él, de esa máquina que le hace ser mejor persona. Ni un adelantamiento indebido, precaución extrema, pero apurando velocidad y curvas. Riesgo medido, seguridad absoluta.
Su máquina me da momentos de felicidad, de paz. Momentos en los que su sonido hace que nada importe, que no exista nada más que esos tres seres disfrutando serenamente, no existe el resto del mundo fuera de ese sonido y de mi cuerpo rozando el suyo, nada hay fuera de esa sensación de cambio de marcha que ya preveo sólo con sus movimientos. Sé cuándo reducirá, cuándo acelerará, cuándo y cómo apurará esa curva y…me dejo llevar, con esa confianza ciega que sólo se tiene cuando uno no tiene miedo de depositar su propio miedo en manos de dos seres que no lo pondrían en riesgo: él y su Harley…
He subido muchas veces de artillera en una moto. De artillera en HD unas cuantas. Y sin embargo, cada vez que monto con él, es como si fuera la primera vez; y sin embargo, por muchas veces que haya ido de artillera, sólo puedo estar segura de una cosa: es el mejor porteador que jamás he tenido y el único que junto con su máquina, me da estos momentos de absoluta felicidad.
Por último, decirle a mi Porteador que ya sé cuándo sabré que ruedo bien en mi propia Harley: cuando al ir sobre ella, sea capaz de disfrutar y de alcanzar los momentos de felicidad que siento sobre la suya al ir de Artillera. Mientras ese momento llegue, seguiré aprendiendo de él y de su bicha y disfrutando de esas rutas que me da, que son un auténtico regalo para el alma.
Gracias a su Harley ya él por todo ello y mis respetos y admiración a todo el que lleve una Harley y haga sentir lo mismo a su Artillera, esto no es sino un homenaje a todos ellos.
Firmado: DIANA
Impresionante relato...
ResponderEliminarMuchas gracias Diana, por compartir tus sentimientos moteros...
v´sssssss
Conste que conduzco mi propia Harley, pero de vez en cuando necesito que ese chico me lleve de artillera, necesito esa sensación. Me alegra que te haya gustado
ResponderEliminarPor lo negro, compañero ;-)
¿ Acaso los que no tenemos HARLEY no nos merecemos esos respetos y admiraciones ? porque yo no tengo HARLEY, mi artillera siente los mismo, y yo disfruto tomando curvas y viajando. De todas formas siempre estamos igual haciendo diferenciaciones. Saludos y punto.
ResponderEliminarBEKAN.
"maKinas no se hace responsable de las opiniones vertidas por sus
ResponderEliminarcolaboradores/as en sus trabajos ni se identifica necesariamente con los puntos de vista expresados en los mismos.
Mis respetos a todo el que sienta este mundo y lo disfrute sea cual sea su moto o condicion.
ResponderEliminarYO HOY NO TENGO NI MOTO NI ARTILLERO/A
Vssss
Sin comentarios Bekan.
ResponderEliminarLo dicho Diana, me encantaron tus palabras, llenas de buenos sentimientos.
v´sssssssssssss